22/10/2020
Texto extraído de su libro "El guion cinematográfico, un viaje azaroso".
Miguel Machalki es uno de los más prestigiosos asesores de guion en todo el mundo y asistirá como profesor y asesor a los cursos UN VERANO DE GUION de la Universidad de Córdoba (www.unverandodeguion.com/). Entre las muchas obras en las que ha trabajado se encuentran "Million-Dollar Baby" (Clint Eastwood), "Billy Elliot" (Stephen Daldry), "Intimacy" (Patrice Chéreau), "Saraband" (Ingmar Bergman), "Femme Fatale" (Brian de Palma), "Spider" (David Cronenberg), "The Man Who Killed Don Quixote" (Terry Gilliam), "Plata Quemada" (Marcelo Piñeyro), y "Mar Adentro" (Alejandro Amenábar).
CAPÍTULO 1: ¿COMO SE TRAZA EL ITINERARIO?
“...En periodismo hablas de lo que sabes y en narrativa de lo que no sabes que sabes”, dice la narradora española Rosa Montero, cuando se le pregunta si se considera más bien periodista o escritora en La loca de la casa, un libro sobre las cuitas, alegrías, ángeles y demonios del literato. Aunque habla fundamentalmente de la novela, menciona además en diversos pasajes la poesía, el teatro, el cuento y el ensayo. Del guion cinematográfico ni una palabra. Y tiene razón: a todas luces resultaría desubicado tratar el guion como un género literario. Coincido plenamente en que no lo es.
Parafraseando a Rosa Montero y empleando la manida metáfora del viaje, se podría decir que en el periodismo el viajero conoce su derrotero y en la narrativa, más que desconocerlo, no sabe que lo conoce: como diría Machado, “se hace el camino al andar”. Y en la elaboración de un guion, ¿qué sucede?
Equiparar la escritura de un guion con un viaje puede no ser un hallazgo particularmente ingenioso, y de hecho la analogía ya fue evocada, entre otros, por Jean-Claude Carrière y Pascal Bonitzer en su muy interesante trabajo, “The End - Práctica del guion cinematográfico”. Pero no deja de ser una metáfora cómoda, simple, que permite trazar ciertos paralelismos esclarecedores. La escritura de un argumento cinematográfico es indudablemente un periplo con sus avatares, riesgos y complejidades muy específicos, uno de las cuales es que aunque ya trazado, el camino se va haciendo simultáneamente al andar, o sea que se habla a la vez “de lo que se sabe y de lo que no se sabe que se sabe”. No se trata aquí de un juego de palabras sino de una auténtica paradoja para el guionista.
Se habla hasta por los codos de las “técnicas” de escritura con un caudal considerable de normas, reglas y preceptos a menudo dogmáticos y casi siempre contradictorios, que recalcan fuertemente todo lo que debe saberse, pero poco se dice sobre cómo encarar lo que no se sabe que se sabe. Una vez estudiadas y asimiladas las reglas de base, ¿dispone ya el guionista, sea neófito o experimentado, de todo lo necesario para lanzarse a la escritura de un guion? Más aún, ¿este bagaje de reglas y métodos constituye realmente el “equipo de viaje” y el conjunto de herramientas ideales para la escritura de un guion logrado? ¿No se corre el riesgo de que terminen siendo lastres inútiles de los que hay que irse despojando para viajar más ligero, más libre y, sobre todo, más lejos?
De todas las disciplinas creativas, el cine es la que más supeditada está, al menos hoy en día, a restricciones normativas en cuanto a su elaboración. Sin duda a raíz de los costos de producción y del alto riesgo financiero que presupone. Es posible que este discurso se vuelva anacrónico en la medida en que la tecnología digital vaya asimilando la factura de una película cada vez más a la de un disco o de un libro. Sigue siendo más cara, por supuesto, pero el “obstáculo” es cada vez menos el productor, del que en últimas instancias el cineasta puede prescindir hoy en día para realizar su obra, y cada vez más el distribuidor y el exhibidor.
Estos imperativos económicos imponen límites tremendamente reductores en cuanto a la libertad de creación cinematográfica, lo cual se repercute en la escritura del libreto generalmente bajo la forma de un volumen no despreciable de reglas y mandatos, vano intento de circunscribir, formalizar y formatear al máximo la fabricación del film y sobre todo, al caer bajo la lógica implacable del marketing, de poder identificarlo como producto para determinar la manera de venderlo.
Le preguntaron una vez a una bailarina rusa qué idea encerraba cierta coreografía que había creado. “Si pudiera explicarla en unas pocas palabras,” replicó la artista, “¿para qué me tomaría el trabajo de interpretarla bailando?”. Aunque para poder llegar hasta el término de un libreto y más aún para que sea vendible hay que poder explicar sucinta y claramente de qué se trata, lo cierto es que si en un breve resumen (el pitch, cuyo objeto no es el de definir o sintetizar el libreto sino el de suscitar interés en él) está más o menos todo dicho, ¿para qué escribir cien páginas de un guion que luego supuestamente servirá de base para una película de ciento y tantos minutos que representa meses y meses de trabajo para varias docenas de personas? Lo que hace que una obra de cualquier tipo trascienda es aquello que expresa sin saberlo, más allá de una intencionalidad explícita, o dicho de otro modo, lo que el autor “no sabía que sabía”. Algo que se sitúa más allá de la técnica...
Siguiendo con la metáfora del viaje, fijar con antelación el rumbo es imprescindible para no perderse, pero eso no significa que uno no pueda otorgarse la libertad de cambiar de dirección, de tomar atajos, de hacer altos, de transitar vías laterales y en última instancia de arribar a un puerto distinto del previsto. Lo esencial es no atentar contra la creatividad, cosa perfectamente compatible con el rigor y la disciplina.
Nadie va a revelar fórmulas mágicas o arcanas que eximan al guionista de aprender las reglas básicas de escritura de un argumento cinematográfico, como tampoco sería juicioso invalidar o descalificar toda tentativa de sistematizar esta disciplina. Digamos que no se pretende que el viajero prescinda de una brújula, de mapas, de provisiones, de un equipo de primeros auxilios, de conocimientos topográficos o de navegación. Pero sucede a menudo que uno inicia el viaje con una cautela desmesurada y un exceso de bagaje considerable. De las precauciones innecesarias y muchas veces entorpecedoras, están las que el viajero/guionista se autoimpone y las que provienen de otros “compañeros de viaje” (que a menudo, y lamentablemente, estorban más de lo que ayudan). Al preparar su periplo, el explorador debe, si no alivianar el equipo de antemano, al menos saber dónde ir a buscar los posibles parásitos y pesos muertos que se arrastran inconscientemente. Pueden aparecer otros que no previó, pero al adoptar una actitud indagadora, estará en mejor posición para descubrir – y por ende salvar – los escollos.
Los obstáculos tienen pues dos orígenes y se tratan de maneras diferentes. Por una parte, está todo lo que lleva el guionista adentro suyo: lo que ha leído y escrito, su formación y estudios, su metodología (o sea lo que atañe a la escritura propiamente dicha), su idiosincrasia particular, sus “ángeles y demonios”, sus trabas y exigencias morales y éticas, sus convicciones íntimas, y eventualmente, la información geográfica, histórica y factual recabada para escribir el guion. Otra categoría de obstáculos es la que surge del trato con los diversos segundos y terceros (y cuartos y quintos...) que intervienen o pueden intervenir en la factura del libreto: el director, el productor, el distribuidor, el exhibidor, el coguionista, el asesor o supervisor y, anónima e indirectamente, el público.
Es fundamental adquirir conciencia de los aspectos de la escritura que se sitúan fuera del marco de lo puramente técnico, que es lo que más se trata en los libros sobre el tema. Que una metodología sea recomendable e incluso indispensable puede o no ser un hecho; lo cierto es que se suele hacer excesivo hincapié en la técnica, lo cual puede dar la impresión de que un guion se reduce única o al menos primordialmente al manejo de una serie de reglas y preceptos. Si ponemos aquí estas reglas y preceptos en tela de juicio, no es por una oposición encarnizada a ellos, sino porque nos parece necesario cuestionar el enfoque reductor y formateador que muchas veces dictan. Estamos ante todo en contra de lo que podría denominarse una “escritura programada”.
¿Por qué es importante investigar lo que hay más allá de la técnica? Porque en la producción cinematográfica están escaseando cada vez más todos los elementos que permiten hablar del cine como del séptimo “arte”: alma, pulsión, creatividad, audacia. Tanto se oye decir que “el cine es una industria” que nos olvidamos que debería ser ante todo un terreno de expresión creativa – amén de ser una industria del entretenimiento. Tendemos a obviar hasta qué punto, en su capacidad de alcance masivo, el cine es portador de imágenes sociales, un reflejo y a la vez un molde de mentalidades y sociedades. Mal que nos pese, no nos “entretenemos” impunemente.
No se trata sólo de cuestiones ideológicas. Dejando de lado por un momento las posturas éticas (aunque no sé en aras de qué habríamos de hacerlo ni por qué no serían prioritarias), lo que no parece quedar claro – y se constata en los hechos – es que la originalidad y la creatividad son redituables. No serán condiciones suficientes pero sí necesarias para dar a luz un guion interesante, como lo comprueban, a título de ejemplo, los guiones de Charlie Kaufman, Cómo ser John Malkovitch o Adaptation, que se inscriben dentro de un tipo de elaboración “industrial” - es decir, no dentro de la lógica del cine de autor – y generan márgenes de beneficio más que confortables. Se puede debatir sobre la trascendencia de estas películas, pero es innegable que hay una verdadera búsqueda creativa en el plano guionístico.
Resumiendo: intervienen en la escritura de un libreto otros factores tanto o más determinantes que la pericia técnica del autor: sus relaciones con el guion en sí, con los demás participantes del proceso de elaboración de la película, con los otros yoes que lo habitan. Podría hablarse del guionista y sus adversarios, entendiendo por éstos últimos los elementos o personas con los cuales tiene que enfrentarse y negociar para lograr sus objetivos creativos. El propio guion puede considerarse como un adversario a superar, o un enigma a descifrar. De hecho, es frecuente plantear el trabajo de escritura guionística en términos de “problemas a resolver” (incluso se podría definir un guion como “cien páginas de interrogantes”...).
El guionista emprende su viaje pues con un itinerario en parte conocido, en parte por conocer. Lleva al hombro un bolso con los efectos personales que supone le harán falta para salvar los diferentes obstáculos en el camino, seleccionados en función del clima que tendrá que soportar, del tipo de terreno que tendrá que transitar, de las alimañas con las que puede llegar a toparse. Según el recorrido, que no será exactamente el previsto, se dará cuenta de que algunos de esos efectos no sólo le son inútiles, sino que representan una carga que lo enlentece y entorpece.”
"El guion cinematográfico, un viaje azaroso".(Ediciones Universidad del Cine - Catálogos - Embajada de Francia en Argentina / ISBN 950-895-214-8 / 112 PP)
01/06/2006 11:20:46
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