03/12/2020
El ganador de un Oscar por El tambor de hojalata ha pasado varios días en la capital presentando sus obras en el Festival de Cine de Madrid y aprovechamos uno de sus descansos para hablar sobre nostalgia, amor y guiones.
El particular estilo del cineasta alemán, desarrollado en una prolífica carrera tanto en el campo de la ficción como del documental y su compromiso político y social han sido motivos de peso para elegirle Premio Mirada Internacional del 26 Festival de Cine de Madrid, que aunque sigue apostando por el cine de realizadores emergentes, también tiene en cuenta figuras consolidadas del cine que rompieron barreras para acercar su legado y sabiduría a las nuevas generaciones. Volker Schlöndorff (Wiesbaden, 1939) además de guionista, productor, documentalista y actor, es considerado uno de los directores clave del denominado nuevo cine alemán, movimiento en el que introdujo muchas de las características aprendidas de la Nouvelle Vague, donde se formó en los sesenta con Alain Resnais, Louis Malle o Jean-Pierre Melville.
El cineasta dedicó unas palabras de agradecimiento en su rueda de prensa por el homenaje dedicado a su trayectoria cinematográfica: “Me siento realmente honrado de poder estar en este Festival que ha logrado conseguir tantas películas de mi filmografía, nada más y nada menos que 18 títulos. Es un honor poder hablar de trabajos que realicé hace ya más de 50 años.” Volker inició su carrera cinematográfica en París, donde se mudó con su familia a la edad de diecisiete. Estudió ciencia política y económica en La Sorbona y dirección en la famosa escuela de cine IDHEC, comenzando su carrera profesional como asistente de dirección. Su primer trabajo, un cortometraje rodado en 1965, Wen Kummert's, fue prohibido en Francia porque trataba sobre la guerra de Argelia. Su primera película, El joven Törless (1966), adaptación de la novela escrita por Robert Musil, se estrenó en el festival de Cannes y su proyección fue interrumpida por el agregado cultural de la Embajada alemana en Francia al grito de "¡esto no es una película alemana!”. Esta película recibió el premio FIPRESCI así como los Premios del Cine Alemán de mejor película, guion y director, convirtiéndole en uno de los pilares, junto a Fassbinder o Herzog, del nuevo cine alemán. Después llegarían títulos como Fuego de paja (1972), El honor perdido de Katharina Blum (1975) El ogro (1996), El silencio tras el disparo (2000), El noveno día(2004), Diplomacia(2014) …Entre otros.
De los numerosos premios que ha recibido su obra destacan el Óscar a la mejor película de habla no inglesa y la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes logrados por El tambor de hojalata (1979), basada en la novela original de Günter Grass. Tras múltiples adaptaciones literarias en su larga carrera, a veces el director ha lamentado que su éxito solo se asocie a ellas. “Una vez que ganas el Oscar te conviertes en una marca. Puede ser una ayuda para seguir trabajando pero también una roca que te pesa porque de pronto te congelas, te conviertes en esa identidad y siempre tienes que hacer algo así. Por eso en la siguiente hay que explorar otras cosas”. Y por eso precisamente ha tenido que esperar hasta estar cerca de cumplir los ochenta para fundir autobiografía y ficción en un proyecto muy personal, Regreso a Montauk, un drama que reflexiona sobre las oportunidades perdidas y el arrepentimiento.
Narra la historia del escritor alemán Max Zorn (Stellan Skarsgård), que aterriza en Nueva York, donde le espera su joven esposa Clara (Susanne Wolff) para promocionar su último libro. En la ciudad casualmente se reencontrará con Rebeca (Nina Hoss), un antiguo amor con el que viajará a la playa de Montauk, en Long Island, lugar donde nació su romance y donde se enfrentará a las cenizas de un fuego que le hará replantearse si ha escogido la pareja de vida correcta. La película nació como proyecto con la novela de Max Frisch, cuya frase ilustra perfectamente el caso de Volker Schlöndorff, “Basta con echar una mirada atrás para tener la sensación de que la vida de cada uno es una novela”. Y es que el alemán vivió un episodio de película en el pasado y decidió contarlo de la mano del coguionista Colm Tóibin. Él estuvo casado veinte años con la actriz, guionista y directora Margarethe Von Trotta, pero vivió un intenso romance con una misteriosa mujer en Nueva York que le cambió la vida, con la que se imaginaba muy viejos en un barco en el Amazonas, estilo El amor en los tiempos del cólera. "He contado tantas historias de otros que pocas veces he usado mi propia voz. Me propusieron adaptar otra novela de mi amigo Max y esta vez decidí que mi historia era mejor y ya me tocaba enterrar un par de cadáveres en el armario. Durante muchos años he comprometido mi cine con el presente, para entender mejor el pasado alemán. Y he hecho lo mismo conmigo: contar algo en el presente para comprender mejor mi vida".
Tras largo tiempo centrado en cine histórico y político, Schlöndorff se ha cansado de nazis y de batallas de la segunda guerra mundial y ha decidido radiografiar una época de su vida, exhibiéndose emocionalmente para hablar de amor, idealización y fantasmas del pasado. “Mi protagonista es un escritor que lucha con una obsesión, que de golpe se enfrenta al gran amor de su vida que había idealizado, cómo si no hubiera cambiado en todos estos años. El personaje de Nina Hoss se envuelve en un misterio, es como si no fuera una mujer, es una fantasía. Es el problema de los artistas, tendemos a idealizar a la gente que solemos conocer, pero entonces en vez de ver cómo son realmente por dentro, las transformamos en fantasmas.”.
El escenario para su historia no podía ser otro que Montauk, “fin de la tierra” en el idioma de los amerindios que habitaban en esta isla, un lugar aislado del mundo, con un cielo, un faro y una playa que evocan eternidad. “Se tiene la impresión de haber llegado al fin del mundo. La vida no se detiene, pero solo queda pensar en los recuerdos. Durante los ensayos con los actores o las numerosas conversaciones con amigos y miembros del equipo, siempre aparecía alguien que contaba haber vivido lo mismo. Todos se plantean saber si están con la persona idónea o si no dejaron pasar un gran amor en el pasado. Es la pregunta universal que está detrás de la historia, aunque no aporte ninguna respuesta. Reconocerlo parece muy adolescente pero creo que todos debemos tener dentro una sensación parecida, nos preguntamos si no hubiéramos podido tener otra manera de vivir. Esta retrospectiva es buena para la vanidad, pero también resulta dolorosa, porque no todos los recuerdos son buenos. Creo que no hay que quedarse en el pasado porque el arrepentimiento puede envenenar el presente, pero la nostalgia no se puede evitar, sobre todo cuando uno se va haciendo viejo. Ya no quieres mirar hacia delante porque sabes lo que te espera. Así que es por necesidad y por condición humana”.
Las palabras de Volker Schlöndorff están llenas de nostalgia. Compara los tempos reposados en el cine, herederos de la Nueva Ola francesa, con el vértigo de la era actual. “En los sesenta, con Fellini, Antonioni, Bergman, Godard el mundo parecía más sencillo. Era un mundo muy pequeño, todos nos conocíamos entre nosotros y era una especie de competición entre amigos. Ahora mismo cualquier cosa está al alcance de los dedos y todo es demasiado amplio para comprender lo que está pasando. Por tanto, es muy difícil para los cineastas que empiezan encontrar su propio camino y su propio público, descubrimos un mundo diferente cada día. Antes era como trabajar el mármol, algo más artesanal, lo que se hace ahora es más cómo trabajar con barro por la rapidez, pero quizás no sea tan duradero como el mármol. El cine está muy vivo, es como la sociedad, cambia constantemente de un día para otro. El cine con el que crecimos es una especie moribunda que ahora está siendo relevada por las series de televisión. Incluso en mi época el cine cambiaba muy deprisa. Todavía amo las películas que vi de joven, sobre todo las antiguas historias de amor”.
El amor está presente siempre. Volker ama su oficio y es su auténtica pasión. El cineasta ha reflexionado sobre su cine y sus primeros pasos comparándolo con el cine actual embarcado en una corriente audiovisual, en la que va a ser cada vez más difícil que una película resalte como obra maestra o surjan cineastas artistas, el difícil equilibrio de hacer películas profundas o intelectuales, - como muchos califican sus filmes - y garantizar un éxito de taquilla o su reflexión sobre el oficio mismo de hacer cine “No hay nada más bonito que compartir proyectos con un gran equipo. Disfruto mucho trabajando con los actores. Son como un laboratorio de vida. Se aprende a hacer cine rodando, saliendo a la calle”.
También se aprende por supuesto de los grandes maestros. Como autor de documentales destaca especialmente el ciclo de entrevistas que Volker realizó a Billy Wilder en 1992: Billy Wilder, ¿cómo lo hiciste? y Billy Wilder habla (1996). “Aquel proyecto fue la consolidación, la cima de nuestra amistad. Durante muchos años tuvimos este tipo de conversaciones sobre sus películas, las mías y las de otros, como si fueran relojes suizos y pudiéramos desmontarlos pieza a pieza. ¿Por qué unas películas funcionan y otras no? Eran discusiones interminables, maravillosas. De alguna manera sigo teniendo esas conversaciones con él en mi mente. ¿Qué diría Billy Wilder de esta película o esta otra?. Me reía tanto con él. Wilder conseguía que la gente se riese sin producir esa risa cínica que produce la burla. Jamás dirigía sus comedias contra nadie. Era un estricto moralista, como todos los grandes cómicos”.
Wilder tenía claro la importancia del guion en los mecanismos y engranajes del proceso de hacer cine cuando dijo “Los cineastas no son alquimistas; no se pueden convertir los excrementos de gallina en chocolate”. Volker Schlöndorff también lo tiene claro. Cuando le preguntamos sobre las tres claves para escribir un buen guion, bromea y hace alusión a las enseñanzas del maestro, “las tres claves para escribir un buen guion son tener un buen guion, tener un buen guion y tener un buen guion”. ¿Cómo hacer un buen guion? “Hay que ser dos para bailar el tango, si quieres tener un buen guion es mejor tener un co-escritor, sentarte frente a él y experimentar, probar diálogos y situaciones. No se trata de escribir, se trata del resultado final. No tiene que quedar bien en el papel, sino cuando lo interpretas. Lo siguiente que debes hacer es definir tu punto de vista, preguntar quién está contando realmente la historia y una vez que hayas decidido esta perspectiva, tienes que apostar todo el tiempo a través de ella, permanecer todo el tiempo ahí y no divergir. La tercera clave…esa ya me gustaría saberla a mí”.
¿Qué consejos puede darle a un guionista novel? “Practicar, escribir mucho, y sobre todo ver películas antiguas”. Para él fue una gran experiencia porque las películas nuevas le parecen imitaciones de las viejas. Son películas primitivas en su lenguaje y su cinematografía, pero es bastante útil y ayuda mucho porque es como aprender sobre el alfabeto y la sintaxis de escribir un guion. Volker comentó una vez que prefería trabajar con escritores antes que con guionistas, ya que “hay cierta energía y magia en ellos, que se han empapado del espíritu de su novela y eso te ayuda a entender su personalidad y a traducir la historia a guion”. Sin embargo, matiza que “Los escritores no pueden operar sobre su propio trabajo. Es como si el escritor fuera un doctor y tuviera que operar a un familiar. Tú no dejarías que él cortara a su mujer por la mitad, tendría que ser otro doctor. Hay una diferencia vital. Para trabajar se necesita al guionista.”
Ana Lucas/Abcguionistas
09/11/2017 20:13:24
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